Es war das Jahr 1981. Die Demokratie rückte näher, die Militärdiktatur lag im Sterben. Auch die Väter und Mütter vieler anderer Kinder kehrten nach Hause zurück.
Sierra 1865. Wenn man die Tür zur Straße öffnet und von dort aus schaut, ist das erste, was man sieht, die Treppe zum Himmel, durch die ein Teil ihres Lebens gegangen ist. Die Ein- und Ausstiege über die Treppe auf die Straße ziehen wie Schnappschüsse vor ihren Augen vorbei. Unten diese große Straße in ewiger Bewegung und oben die Ruhe des Hauses der Großeltern, dort wo die letzte Stufe endet und ein Tor, das Kinder, den Großvater und sogar einen Schlafwandler vor dem Absturz bewahrt.
Oben, wo die Treppe endet, wartet heute bei offenem Tor mit dem größten Lächeln der Welt das Mädchen, das gerade 11 Jahre alt geworden ist. Genau jene 11 Jahre, wie damals, als er vor viereinhalb Jahren ging.
Sie kann ihre Geschwister und Großeltern, die hinter ihr schnattern und lachen, kaum hören, verloren und verschwommen in einem fernen, undurchsichtigen Licht. Denn das einzig Klare liegt vor ihr auf dieser endlosen Treppe, die dieser lange, dünne, kahle Mann hinaufsteigt.
So mager, dass er wie eine sehr lange Spaghetti aussieht, dachte sie und betrachtete seinen dunklen und elastischen Körper. Aber sie hatte nicht viel Zeit zum Nachdenken. Er ließ die Stufen hinter sich, die schnell unter seinem Füßen verschwanden, als er vier Stufen auf einmal nahm. Die kräftigen Schritte zeugten von seiner Eile, ihr die so lang ersehnte Umarmung zu geben.
Ein paar Sekunden mehr als ewig, in denen sie immer noch regungslos da oben wartete. Es waren Stunden und mehr als Stunden, Jahre des Wartens, um diesen Vater wiederzufinden, der sie unwissentlich verlassen hatte, im Stich gelassen.
Hinter ihm steigt langsam die Mutter, klein und ebenfalls entfernt, in der Dunkelheit am Anfang der Treppe hinauf. Die Mutter, die ihn noch in der Nacht abgeholt hat, nachdem sie ihn jahrelang nicht umarmen oder küssen konnte. Ein Anruf, dass sie entlassen werden und sie ihn abholen könne. Und da war er.
Keine Zeit mehr zum Nachdenken. Vor ihr dieser Mann, der ihre ganze Welt einnimmt. Und hinter ihr die Welt der Anderen, unsichtbar für ihre Augen, in der sie weit entfernt Freudenschreie hören konnte.
Sie empfängt ihn mit ihrem Lächeln und offenen Armen. Der Gesichtsausdruck des glücklichsten Mädchens der Welt. Ein paar Sekunden nur, in denen all das passiert, zu zeitlos, um zu verstehen, was dieser Moment bedeutet, nach viereinhalb Jahre ohne ihn zu sehen.
Ein weiterer Schritt, fast ein Sprung, und schon liegt sie in seinen gigantischen Armen.
So blieb sie still und verloren, ohne es zu wissen, sicherlich ohne es zu wissen, aber mit dem klaren Gefühl, dass dieser Moment eine wichtige Veränderung in ihrem Leben war.
Nichts wird mehr so sein, wie es vor dem Gefängnis war.
Das elfjährige Mädchen, das ihn am Ende der Treppe umarmt, wird bald sechzehn.
Paula (54), Münster
herzblut floss die Treppe rauf, gegen die Gravitation, die Zeit, das Grauen. Und alles änderte sich. Für immer.
und hier das spanische Original (von Paula selbst übersetzt):
LA VUELTA A CASA
Era el año 1981. La democracia estaba acercándose, la dictadura militar muriendo. Los padres y madres de muchos otros niños también volvían a casa.
Sierra 1865. Abriendo la puerta de la calle y mirando desde allí, lo primero que se ve es esa escalera al cielo por la que pasó una parte de su vida. Como fotos instantáneas desfilan frente a sus ojos las subidas y bajadas a la calle. Abajo esa avenida en eterno movimiento y arriba la tranquilidad de la casa de los abuelos, allá donde termina el último escalón y un portón evita caídas de niños, del abuelo y hasta de un sonámbulo.
Arriba donde termina la escalera, hoy con el portón abierto, esperando con la sonrisa mas grande del mundo está la niña de 11 años recién cumplidos. Los 11 años que tenía cuando él se fue hace cuatro años y medio.
Apenas escucha a sus hermanos y abuelos parloteando y riendo detrás suyo perdidos y difusos en una luz lejana y opaca. Porque lo único claro lo tiene por delante en esa interminable escalera por la que sube ese hombre largo, flaco y pelado. Tan magro que parece un larguísimo tallarín pensó ella viendo su cuerpo moreno y elástico. Mas tiempo no tuvo para pensar. Él iba dejando atrás los escalones que desaparecían rápidamente bajo sus pies mientras subía la escalera de cuatro en cuatro. Los pasos fuertes denotaban su prisa por darle ese abrazo tanto tiempo deseado. Unos segundos mas que eternos en los que ella seguía esperando allá arriba inmóvil. Eran horas y mas que horas, años de espera para recuperar aquel padre que sin querer la abandonó y se fue.
Detrás de él sube lentamente la madre, pequeña y lejana, abajo en la oscuridad de los comienzos de la escalera. La madre que fue a buscarlo aún de noche después de años de no poder abrazarlo ni besarlo. Una llamada diciendo que los soltaban, que podía ir a buscarlo.
Y allí estaba él.
No hubo mas tiempo para pensar. Por delante de ella ese hombre ocupando todo su mundo. Y por detrás el mundo de los otros, invisible a sus ojos donde se escuchan grititos de alegría. Ella con la sonrisa y los brazos abiertos recibiéndolo. Su expresión mostraba a la niña mas feliz del mundo. Unos segundos en los que transcurre todo. Y no hay tiempo para pensar lo que significa ese momento, después de cuatro años y medio de no verlo. Un paso más, casi un salto y ya está ella metida en sus gigantes brazos. Así quieta y perdida se quedó sin saberlo ciertamente, pero sintiendo que ese momento era un cambio importante en su vida.
Ya nada será como antes de la cárcel. La niña que de once años que lo abraza al final de la escalera ya está por cumplir los dieciséis.
Kommentar schreiben